Sin duda para los seres humanos, la
educación es una actividad esencial, en la cual participamos a lo largo de nuestro ciclo vital. A través de ella, adquirimos y desarrollamos
diversos conocimientos, valores, habilidades y todo un conjunto de elementos
transformadores de nuestra conducta y manera de vivir.
Serán el contexto y los fines en
los que esta se produce, los que distinguirán el tipo de educación en la que estaremos participando.
Quizás adquirimos conocimientos o
información al leer un libro u otro escrito, a través de una plática, un
discurso, una predica, la homilía del sacerdote, el consejo de nuestros padres
y otros medios de los que disponemos de manera espontánea, a este tipo de
educación la llamamos informal.
Por el contrario, el tipo de
educación en la que adquirimos
conocimientos de forma sistemática y progresiva, conducidos al logro de un grado académico, la denominamos educación formal, en Honduras, este
tipo de educación engloba cuatro niveles: educación pre-básica, básica,
media y superior.
Asimismo, existen programas
educativos, que son planificados y sistemáticos, con objetivos claramente
definidos, pero no nos otorgan ningún grado académico. Aun así, muchas veces estos programas nos permiten recibir
un diploma o certificado; a esto se le conoce como educación no formal, hablamos
aquí de todos los cursos, seminarios, talleres o diplomados que recibimos para
nuestro desarrollo personal, profesional y laboral.
Los adultos participamos
activamente en estos tres tipos de educación, es a través de la mediación
didáctica entre estos contextos y la persona adulta, que surge la
conceptualización de “Educación para adultos” que bien se define en la 5ª Conferencia Internacional de
Educación de las Personas Adultas (Hamburgo, julio de 1997) como:
“El conjunto de procesos de aprendizaje, formal o no, gracias
al cual las personas cuyo entorno social considera adultos, desarrollan sus
capacidades, enriquecen sus conocimientos y mejoran sus competencias técnicas o
profesionales o las reorientan a fin de atender sus propias necesidades y las
de la sociedad. La educación de adultos comprende la educación formal y la
permanente, la educación no formal y toda la gama de oportunidades de educación
informal y ocasional existentes en una sociedad educativa multicultural, en la
que se reconocen los enfoques teóricos y los basados en la práctica”.
Teniendo en cuenta que el desarrollo cognitivo en la etapa
adulta, se caracteriza por un nivel de pensamiento más analítico y crítico,
capaz de ahondar en la búsqueda de soluciones a problemas complejos, el
aprendizaje en esta fase, se torna más activo, autónomo y participativo.
En esta línea, la
UNESCO (2003), considera que la educación para adultos deberá tener como
objetivos:
a. Lograr autoconciencia de la realidad social.
b. Capacitarse
en la toma de decisiones para mejorar esa realidad.
c. Comprometerse en la transformación de su medio social.
d. Autogestionar,
por medio de la participación
activa y directa en esa transformación.
e. Alcanzar la
liberación humana y una mayor calidad de la existencia de las
personas y del desarrollo individual, familiar y
comunitario.
Por ello, es necesario que la educación, se apoye en una
disciplina especializada en la comprensión de los procesos de aprendizaje de las personas adultas, esta disciplina es la
Andragogía.
Para adentrarnos en la definición de la Andragogía, es
necesario comenzar por el concepto Antropogogía, siendo esta "la ciencia y el arte de instruir y
educar permanentemente al ser humano en cualquier período de su desarrollo
psico-biológico y en función de su vida natural, ergológica y social"
(Adam, 1977).
En esta línea, Alcalá
(1998) define la Andragogía como "la ciencia y el arte que, siendo parte
de la Antropogogía y estando inmersa en la educación permanente, se desarrolla
a través de una praxis fundamentada en
los principios de participación y horizontalidad; cuyo proceso, al ser
orientado con características sinérgicas por el facilitador del aprendizaje,
permite incrementar el pensamiento, la autogestión, la calidad de vida y la
creatividad del participante adulto, con el propósito de proporcionarle una
oportunidad para que logre su autorrealización".
Precisamente la adultez es una
etapa en la que el ser humano, desarrolla mayor independencia, siendo capaz de
dirigir su conducta y vida, de forma autónoma y atendiendo a esto, se debe diferenciar
la educación infantil con la educación de adultos, por lo que conceptualmente las
ciencias de la educación hacen distinción entre la Pedagogía y Andragogía,
partiendo de sus orígenes etimológicos:
Pedagogía (del griego παιδίον
paidíon ‘’niño’’ y ἀγωγή ‘’guía o ‘’conducción’’).
Andragogía (del griego ἀνήρ ‘’hombre’’ y ἀγωγ’ ‘’guía" o
‘’conducción’’).
Es así, que los principios de la Andragogía ya mencionados por Alcalá
(1998), proporcionan directrices para que los procesos de aprendizaje se
ajusten al contexto y pensamiento de la persona adulta.
La participación indica el rol activo del adulto, quien no es
un alumno sino un “participante” en la construcción de nuevos conocimientos,
pues el facilitador o formador solamente es un mediador del proceso de
aprendizaje. En la educación de adultos es necesario romper el paradigma
tradicional, que Freire denominaba “educación bancaria”, la típica “enseñanza”
en donde el maestro es el poseedor del conocimiento y lo deposita en el alumno quien tiene un rol pasivo como receptor.
En contraposición a esto, Freire argumentaba que era
necesario que la educación, fuera un diálogo problematizador, es decir que
lleve a las personas a dar respuestas y soluciones a los problemas cotidianos
que enfrenta la humanidad, en este sentido, el pensamiento y análisis crítico
del entorno es fundamental para el empoderamiento y rol activo del
participante.
En concordancia, la horizontalidad se refiere a que entre
formador y participante hay una relación nivelada de “tú a tú”, ambos son
adultos y capaces de orientar y dar direccionalidad al aprendizaje,
asumiendo con madurez y responsabilidad sus roles.
Estos dos principios, deben ir acompañados también por la
flexibilidad, que será la capacidad del formador o facilitador, para ajustar
los procesos de aprendizaje al contexto, características y necesidades de los participantes.
Particularmente, no puedo concebir la educación para adultos
desde una relación desigual, donde impera la autoridad, protagonismo y
verbalismo magistral del formador, sobre la sumisión y pasividad del participante,
aunque lamentablemente, aún existen dichos estilos de mediación didáctica, en
muchas aulas de educación universitaria y también en otros ambientes de
educación no formal.
Por ello creo que es importante, que todas las personas que
nos dedicamos a facilitar procesos formativos a poblaciones adultas, tengamos
en cuenta estos principios de la Andragogía y los llevemos a la práctica, ya
que tanto facilitadores como participantes, somos los protagonistas de estos
procesos, y juntos debemos ser capaces de transformar en acciones palpables, los
objetivos de la educación para adultos.
Adam, F. (1977). Algunos enfoques sobre andragogía.
Caracas: Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez.
Alcalá, A. (1997). Propuesta de una definición
unificadora de Andragogía. Caracas: Universidad Nacional Abierta.
UNESCO. (1997). La educación de las personas
adultas: La declaración de Hamburgo, la agenda para el futuro. 5ª
Conferencia Internacional de Educación de las Personas Adultas.
UNESCO. (2003). La alfabetización como primer
peldaño de la educación para el trabajo.
Comentarios
Publicar un comentario